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Corren tiempos ‘tecnológicos’ para la literatura, es un hecho. Este arte, eminentemente manuscrito, ha ido evolucionando y adaptándose a las innovaciones que le ha sido impuesto. Desde el inicio de la era digital, los escritores hemos descubierto una gran herramienta de trabajo: el ordenador. Hoy en día, nadie concibe la vida antes del popular ebook. La tecnología nos ha ofrecido ya la posibilidad de leer más allá del papel, a través de la pantalla, abaratando el precio, convirtiendo cientos de páginas en un archivo digital de poco peso que leer en cualquier parte a través de un e-reader o incluso desde un teléfono móvil. Lo que en principio estaba destinado a ser un gran progreso a escala mundial, que dispararía las ventas de libros, periódicos y revistas digitalizados, amenaza con destruir el papel. Si todo son ventajas para la lectura y escritura digital, ¿para qué seguirá habiendo rotativas de altos costes? Hasta hoy hemos presenciado el cierre de mucha prensa, conservándose sus homónimos en la web, y editoriales que han cambiado la tinta por los píxeles. Ya no es raro ver editoriales eminentemente digitales, sin sedes físicas, que se dedican a la venta exclusiva de libros electrónicos. Queda pensar por tanto, ¿dónde queda esa magia del papel?
Estamos perdiendo un gran valor tradicional a cambio de la comodidad y la economía que nos ofrecen las nuevas tecnologías, pero ¿merece la pena? Recuerdo cuando nuestros abuelos compraban el periódico, religiosamente cada domingo, para sentarse a tomar el mosto de mediodía con las noticias. No era una costumbre informativa; lo hacían así porque disfrutaban de ese momento matutino con olor a papel y tinta, con ese olor tan fragante y particular que desprende la prensa; el tacto de sus hojas finas y rugosas, incluso la comodidad de hacerlos compañeros de baño en los momentos más escatológicos. Sigue sin gustarme leer archivos digitales. Soy usuaria de e-reader y también leo periódicos gratuitamente a través de sus webs, pero lo siento como un proceso frío y carente de esfuerzo. Sujetar una tableta para leer un ebook no tiene el mismo significado que soportar durante largas horas —hasta que te duelen los brazos y debes abandonar la lectura para descansar— Los Pilares de la Tierra y sus mil mágicas páginas físicas. También es cierto que la mayoría de los libros impresos que hay en mis estanterías tienen su homólogo en tinta digital, por el puro placer de poder releerlos cuando y donde quiera.
Las ventajas y desventajas acerca de la lectura digital son un debate constante. El más puntero, el grave problema de la piratería. Para el pesar de muchos pero el disfrute de otros tantos, prácticamente cualquier archivo electrónico puede modificarse sin permiso y distribuirse sin control. Esto aboca en la ilegalidad, pero a pesar de que está penado por ley, todos tenemos en el e-reader algún libro que hemos adquirido bajo este supuesto. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Lo cierto es que el precio medio de un ebook de actualidad está disparado, lo que explica en gran medida la comercialización ilícita. Las editoriales saben que están destinadas a la ruina económica cuando la Generación ‘Nocilla’ se acostumbre a leer a través de dispositivos electrónicos, cosa que ocurrirá, lo quieran ellas o no, por un motivo muy simple: la evolución tecnológica manda. Y quien no esté dentro de la vorágine digital, se queda fuera de la sociedad. En diez o quince años, será más complicado encontrar libros impresos que digitales. Las editoriales lo saben, pero su propósito es ralentizar este proceso destructivo el máximo tiempo posible. Después de ellas, caerán las librerías, esas pequeñas tiendas de barrio que huelen a páginas viejas. No querría ver este apocalipsis de la imprenta, pero ocurrirá; somos muy pocos los que aprecian la magia del papel.
Estamos perdiendo un gran valor tradicional a cambio de la comodidad y la economía que nos ofrecen las nuevas tecnologías, pero ¿merece la pena? Recuerdo cuando nuestros abuelos compraban el periódico, religiosamente cada domingo, para sentarse a tomar el mosto de mediodía con las noticias. No era una costumbre informativa; lo hacían así porque disfrutaban de ese momento matutino con olor a papel y tinta, con ese olor tan fragante y particular que desprende la prensa; el tacto de sus hojas finas y rugosas, incluso la comodidad de hacerlos compañeros de baño en los momentos más escatológicos. Sigue sin gustarme leer archivos digitales. Soy usuaria de e-reader y también leo periódicos gratuitamente a través de sus webs, pero lo siento como un proceso frío y carente de esfuerzo. Sujetar una tableta para leer un ebook no tiene el mismo significado que soportar durante largas horas —hasta que te duelen los brazos y debes abandonar la lectura para descansar— Los Pilares de la Tierra y sus mil mágicas páginas físicas. También es cierto que la mayoría de los libros impresos que hay en mis estanterías tienen su homólogo en tinta digital, por el puro placer de poder releerlos cuando y donde quiera.
Las ventajas y desventajas acerca de la lectura digital son un debate constante. El más puntero, el grave problema de la piratería. Para el pesar de muchos pero el disfrute de otros tantos, prácticamente cualquier archivo electrónico puede modificarse sin permiso y distribuirse sin control. Esto aboca en la ilegalidad, pero a pesar de que está penado por ley, todos tenemos en el e-reader algún libro que hemos adquirido bajo este supuesto. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Lo cierto es que el precio medio de un ebook de actualidad está disparado, lo que explica en gran medida la comercialización ilícita. Las editoriales saben que están destinadas a la ruina económica cuando la Generación ‘Nocilla’ se acostumbre a leer a través de dispositivos electrónicos, cosa que ocurrirá, lo quieran ellas o no, por un motivo muy simple: la evolución tecnológica manda. Y quien no esté dentro de la vorágine digital, se queda fuera de la sociedad. En diez o quince años, será más complicado encontrar libros impresos que digitales. Las editoriales lo saben, pero su propósito es ralentizar este proceso destructivo el máximo tiempo posible. Después de ellas, caerán las librerías, esas pequeñas tiendas de barrio que huelen a páginas viejas. No querría ver este apocalipsis de la imprenta, pero ocurrirá; somos muy pocos los que aprecian la magia del papel.
Seguiremos siendo pocos los que buscaremos el libro en papel cuando podemos comprarlo online desde nuestras casas. Y seremos menos los que consideren las primeras ediciones como joyas impagables. Y los que gustemos de la limpieza dominguera de la estantería polvorienta que refugia a nuestros pequeños amigos. Quizás tengamos que conformarnos con lo que el futuro nos proporcionará para nuestra comodidad y mejor ecología del planeta, pero nosotros, la última generación que valoraremos la imprenta porque la hemos conocido en su auge y en su declive absoluto, seremos los más tradicionalistas.
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